martes, 30 de diciembre de 2008

Individualidad: Libertad a través de la autorreflexión y la autoconciencia.

““esta es la patria de los mil botes de colores”, me dije. Teníais pintados la cara y el cuerpo, hombres del presente, con cincuenta chafarrinones, y me asombré de veros así, ahí sentados. Estabais rodeados de mil espejos que halagaban y copiaban vuestros chillones colorines. No habríais podido elegir, hombres del presente, mejor careta que vuestra cara ¿Quién hubiera podido reconocer? Estáis pintarrajeados con los signos del pasado, y sobre ellos embadurnados otros…
…En vuestro espíritu parlotean todas las épocas, pero todos los sueños y el parloteo de todas las épocas han sido más reales que vuestra vigilia. Sois estériles, por eso os falta la fe; pero el que tuvo que crear también tuvo sueños proféticos y sus signos estelares: creía en la fe.”[1]


Desde el momento en que nacemos en el seno de una sociedad estamos condicionados por la cultura en la cual nos desarrollamos a través de los años y de la cual formaremos parte posteriormente. Desde niños, cuando bebés, todavía con una conciencia pasiva, comenzamos a aprender por medio de imitación.
Esto lo podemos ver en los bebés que imitan los sonidos más sencillos y que escuchan con mayor frecuencia en su entorno; como por ejemplo a los padres repitiéndole sin cesar “ma-má, pa-pá” y el niño termina por repetir ese sonido sin saber el significado real de esas palabras.
El ser humano, por su complexión de especie, no podría sobrevivir sino con base en los principios que aprende de otros seres humanos. Desde que somos pequeños se nos proporciona el alimento hasta una edad relativamente avanzada en comparación con otros animales que obtienen su alimento por ellos mismos a los pocos meses e incluso a los pocos días de nacidos. Si el ser humano es abandonado fuera de los marcos de la cultura, abandonado a la intemperie sin ningún conocimiento de supervivencia perecería.
El ser humano necesita aprender a sobrevivir por medio de otros seres humanos.

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Este estado de sociabilidad que ayuda a nuestra preservación también cobra un precio alto ya que dentro de los grupos de seres humanos, como todos sabemos, al pertenecer uno, hay ciertas normas y ciertas instituciones que van a condicionar nuestra conducta limitando nuestra libertad de manera directa o indirecta. Esto lo analizaremos a continuación.

Como individuos tenemos la necesidad de pertenencia y hay que aclarar que no podríamos considerar esta necesidad de sociabilidad como un condicionamiento de nuestra libertad puesto que sería como condenar al rojo por ser rojo.
Para eso hay que tener presente la diferencia entre naturaleza y cultura.

“Supongamos pues que todo lo que es universal, en el hombre, deriva del orden de la naturaleza y se caracteriza por su espontaneidad, que todo lo que está sujeto a una norma pertenece a la cultura y presenta los atributos de lo relativo y de lo particular.”[2]

Tenemos que todo lo que está sujeto a una norma pertenece a la cultura que el hombre conforma; ésta conforma parcialmente al individuo y lo determina como sujeto. Para poder desarrollar esto habrá que ver qué es lo que se entiende por cultura y cómo nos conducimos dentro de ésta.

¿Qué es la cultura? Podríamos definirla como el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico e industrial, en una época y en un grupo social.

Como en todo grupo social habrá jerarquías e instituciones que se encarguen de mantener un orden y de dar los estatutos que habrá que seguir para poder pertenecer a ese grupo. No pretendemos hacer un estudio sobre el surgimiento de estas instituciones; damos por hecho que en la mayoría de las comunidades de seres humanos habrá sujetos constituidos como instituciones que se encarguen de las relaciones que deben tener los individuos de esa sociedad. Como por ejemplo la familia. Si observamos a distintas familias podremos darnos cuenta que en la mayoría de ellas habrá ese alfa o líder (ya sea el padre, la madre, o algún otro sujeto) que hará uso del poder para gobernar y mantenga los cánones de esa institución.

“Estas [instituciones] pueden mezclar disposiciones tradicionales, estructuras jurídicas, fenómenos relacionados con la costumbre o la moda (como se ve en las relaciones de poder que atraviesa la institución familiar); también puede tomar la forma de un dispositivo cerrado sobre sí mismo con sus lugares específicos, sus reglamentos propios, sus estructuras jerárquicas cuidadosamente diseñadas y una relativa autonomía funcional; pueden formar, asimismo, sistemas muy complejos dotados de múltiples aparatos, como en el caso del Estado que tiene como función constituir la envoltura general, la instancia de control global, el principio de regularización y en cierta medida la distribución de todas las relaciones de poder en un conjunto social dado.[3]

Con esto queda claro que la cultura está conformada por diversas instituciones y que éstas están a su vez conformadas por individuos que habrán de aprender y seguir las normas que están impuestas dentro de su comunidad.

Dentro de la cultura vamos a tomar ciertos roles y ciertos juegos con los que nos vamos a relacionar con otros seres humanos. Las instituciones se encargarán de asignarnos esos roles. Por ejemplo; en el momento en que nacemos se nos designa un color de acuerdo a nuestro sexo. Somos azules o somos rosas. Una vez hecha esta clasificación se está sujeto a esa línea por la cual se deberá conducir durante el resto de nuestro desarrollo.
Cuando ese niño o esa niña crecen; comienzan a adquirir nuevos papeles asignados por la cultura directa o indirectamente. Pero es cuando comenzamos a tener conciencia de nosotros mismos y nos comenzamos a cuestionar sobre qué queremos ser, cómo queremos ser, sobre lo que nos gusta o no; en ese momento es cuando comenzamos a constituirnos a nosotros mismos como sujetos de esa cultura; Esa constitución la haremos en relación a lo que esa cultura y las instituciones nos puedan ofrecer.

“Las masas no tienen <>, ni <>, sus almas están vacías de tensión interior o dinamismo: sus ideas, necesidades y hasta sus sueños <>; su vida interior está totalmente administrada, programada para producir exactamente aquellos deseos que el sistema puede satisfacer, y nada más.”[4]

Es triste decirlo pero en la mayoría de las culturas hoy día el individuo importa poco o no importar; sólo se le puede ofrecer un conjunto de nulidades para que deje de lado todas esas preguntas que lo pueden impulsar a buscar su individualidad. Se le ofrecen falsos infinitos que calman su inquietud existencial por momentos.
Es lamentable ver cómo algunas grandes instituciones que son concientes de estas dudas existenciales y aprovechan para lucrar explotando esta situación creando “necesidades” triviales a través del sentido de pertenencia. Nos venden una necesidad y la compramos; y ellos mismos nos venden lo que va a satisfacer esa “necesidad” y también la compramos.

Podríamos decir que hoy día son esas instituciones (las que podríamos denominar como instituciones de condicionamiento masivo) las que mayor poder tienen sobre las otras instituciones y sobre los sujetos. Controlando lo que debemos saber y lo que debemos aprender; por lo tanto manteniéndonos ignorantes “por el bien del sistema”.

“Del plano nacional la empresa ha pasado al plano internacional, gracias a esa complicidad que se estableció entre jóvenes Estados – confrontados con problemas que fueron los nuestros hace uno o dos siglos- y una sociedad internacional de adinerados, inquieta por la amenaza que representa a su estabilidad las relaciones de pueblos influenciados por la palabra escrita a pensar en las fórmulas modificables a voluntad y a dar asidero a los esfuerzos edificantes. Accediendo al saber acumulado en las bibliotecas, esos pueblos se tornan vulnerables a las mentiras que los documentos impresos propagan en proporción aun mayor”[5]

Para estas instituciones es más provechoso una sociedad homogénea; es relativamente más fácil convencer a una gran masa con las mismas tendencias que a un grupo de individuos con ideas e intereses propios; seguir con el flujo social es más cómodo que tomar la responsabilidad de hacerme cargo de mí mismo. Esto no es totalmente culpa de las instituciones pero estas no hacen nada para fomentar la individualidad de los miembros de esa cultura.

“¡Tantas existencias frustradas por un pensamiento que es la beatitud de las beatitudes! Decir - ¡ay! - que no se divierte o que se divierte a las multitudes con todo, ¡salvo con lo que realmente importa!, ¡que se las arrastra a malgastar sus fuerzas en las aceras de la vida sin recordarles nunca esa beatitud!; ¡que se las empuja cual ganado… y se las engaña en lugar de dispersarlas, de aislar a cada individuo, a fin de que se aplique sólo a ganar la finalidad suprema, la única que hace que valga la pena vivir y que posee en sí todo lo necesario para nutrir toda una vida eterna![6]

A pesar del enorme poder que tienen esas instituciones nunca podrán condicionar por completo la conducta de los individuos si consideramos que hay otros factores que componen a éste a parte de la cultura; además sería muy simplista considerar a un ser humano como el producto total de la influencia de una sociedad, ya que también un individuo es subjetividad. No podemos olvidarnos del factor de la impredecibilidad dentro de sus circunstancias, así como de sus experiencias que son de carácter único. Por mucho que intentemos conocer a un individuo no lograremos conocerlo “completamente” puesto que el individuo estará actuando de acuerdo a las circunstancias y éstas están cambiando todo el tiempo. Entonces podríamos afirmar que el hombre, que es “él y sus circunstancias”[7], así como su experiencia y su cultura no está determinado completamente por ésta última.

Ahora bien; mientras podamos dudar de nuestra conducta existirá la posibilidad de cambiarla. Para esto es necesario reflexionar sobre nosotros mismos, esto es para conocer nuestros límites, nuestra historia, lo que somos... Mientras más nos conozcamos será mucho más fácil que podamos tener un control sobre nosotros y sobre los demás (y con esto nos referimos a la influencia que podamos tener sobre los otros a través de la convivencia). Sabiendo qué somos capaces de hacer, podremos darle un enfoque diferente a nuestras acciones, que por vivir en un grupo afectarán a los demás de distintas formas. Esta reflexión es similar a lo que Foucault define como el cuidado de sí. A través de este cuidado y reflexión sobre nosotros mismos nos podremos permitir romper con algunas de las formas con las que nos hemos constituido como sujetos de una cultura.

“Entre los griegos y los romanos, para conducirse bien, para practicar como es debido la libertad, era necesario ocuparse de sí, cuidarse de sí, tanto para conocerse, como para formarse, para superarse a sí mismos, para dominar los apetitos que corren el riesgo de arrastrarnos…
… Un no puede cuidar de sí sin conocer. Por supuesto, el cuidado de sí es el conocimiento de sí.”[8]

Hay que tener mucho cuidado de no malinterpretar éste cuidado de sí con una actitud egoísta en nuestras relaciones con los demás. Entender éste cuidado de sí de esta forma sería no entenderlo o entenderlo poco, Cuando cuidamos de nosotros mismos hacemos lo mismo con los demás; al tener un control sobre nuestras acciones difícilmente podremos agraviar o causar algún “mal” a los demás.

“El cuidado de sí es ético en sí mismo; pero implica relaciones complejas con los otros, en la medida en que este éthos de la liberta es también una manera de ocuparse de los otros. El éthos implica asimismo una relación con los otros, en la medida en que el cuidado de sí hace capaz de ocupar, en la ciudad, en la comunidad o en las relaciones interindividuales, el lugar adecuado- bien sea para ejercer una magistratura o para tener relaciones de amistad-. El cuidado de sí implica que, para cuidar bien de sí, hay que escuchar las lecciones de un maestro.”[9]

Mediante ésta ética de reflexión propia nos será posible poder conocer las instituciones, ya que hasta el punto en que nos ponemos a reflexionar sobre nuestras acciones, gran parte de ellas habrán estado condicionadas por la cultura. Al conocernos estaremos conociendo parte de esas instituciones y esas verdades, que al cuestionarlas en nosotros y desvirtuarlas, podremos darnos cuenta de que las verdades establecidas, las cuales nos enseñaron que eran totales, son mutables y podemos cambiarlas
De esa manera al ver qué somos y ver cómo es el medio en el que nos desarrollamos, podremos conocer hasta dónde llegan sus límites y podremos ver de qué manera pasarlos o jugar con ellos.

Al mencionar que a través de ese autoconocimiento podemos conocer parte de lo que es la cultura no pretendemos creer que conoceremos la sociedad en su totalidad; igualmente que si consideráramos a un individuo constituido en su totalidad por la influencia de la sociedad, sería simplista considerar que la cultura esté constituida por un solo individuo. Lo que sí podremos conocer será la manera en que ésta condiciona mis acciones y la manera de conducirme conmigo y con los demás.

Cuando hablamos de reflexión, de esta ética del cuidado de sí, nos referimos a una reflexión de carácter individual que se manifestará en la relación que tenga con los demás. No podemos hablar de una ética del cuidado de nosotros, ya que cada individuo actúa de formas distintas y se conduce de la misma manera; ha tenido distintas experiencias por lo que en cada individuo la cultura habrá condicionado sus acciones de diferente forma por consiguiente tendrá que cambiar su conducta en la medida que le sea necesario para modificar sus acciones y darles un sentido distinto.

La manera en que la cultura condiciona nuestra conducta es a través del poder. Y por poder no hay que entender una relación de amo y esclavo.

“Cuando hablamos de poder nos referimos a las relaciones humanas- ya se trate de comunicar verbalmente o de relaciones amorosas, institucionales o económicas-, el poder está siempre presente: quiero decir la relación en la que uno quiere dirigir la conducta del otro.”[10]

Con esto podemos inferir que lo que nos determina en la cultura es el poder que ejerce ésta en nosotros para dirigir nuestra conducta de tal o cual forma, podemos entender esto como las normas y reglas que están impuestas de antemano y que hay que seguir: La verdad instituida.

Pero así como la cultura ejerce un poder sobre nosotros como individuos a través de estas normas y las instituciones, nosotros como individuos concientes tenemos la posibilidad de poder decidir cómo actuar.
Esa verdad instituida va a ejercer poder sobre nosotros en la medida que nos reconozcamos como parte de esa institución. No pretendemos decir con esto que se deba negar la cultura, al contrario, buscamos que se reconozca con conciencia para poder actuar en cuanto a nosotros con bases en la reflexión y no a esa verdad ya instituida. Para eso profundizaremos a continuación brevemente como es que podemos llegar a esa reflexión y hasta donde.







Reflexión y cuidado de sí: ¿Quiénes somos?

“Aprendí a no creer firmemente en nada que sólo se me hubiera enseñado por el ejemplo y la costumbre; y así me libraba poco a poco de muchos errores que pueden ofuscar nuestra luz natural y hacernos menos capaces de comprender la razón.”[11]

Trataremos a continuación la importancia que tiene esta reflexión para poder actuar libremente dentro de la cultura.

Primero que nada tenemos que reconocer que poseemos algo de alguna o varias culturas que van a condicionar nuestras acciones a través de juegos de verdad y relaciones de poder; esto quiere decir que a través de leyes, normas, tradiciones, etc. se nos dirá cómo debemos conducirnos, qué hacer, incluso se nos dirá qué somos y qué debemos ser.
Estas relaciones de poder están constantemente en juego y depende de nosotros (individuos) conocer estos juegos que determinan la forma en que nos constituimos como sujetos de esa cultura.
El seguir todas estas normas y leyes sin cuestionarlas estamos cediendo nuestra decisión de actuar distinto por lo tanto estamos cediendo nuestra libertad.
Es por eso que para que es necesario reflexionar y cuestionarnos. Esta reflexión puede ser propuesta por otros individuos o por experiencias que nos lleven al límite de la cultura.

Las experiencias por su carácter de unicidad, son un conocimiento adquirido por las circunstancias que contribuyen a la individualización del sujeto.
Muchas de las circunstancias que constituyen a esa experiencia suelen estar dentro de los marcos de la cultura por lo que ese tipo de experiencias, las cuales podríamos denominar como experiencias cotidianas, no suelen arrojarnos a cuestionarnos sobre lo que somos ya que no salen de la norma, no la rompen. Son las experiencias que se dan bajo circunstancias fuera de lo cotidiano las que nos llevan a cuestionarnos sobre lo que somos; nos empujan a reflexionar sobre lo establecido. Experiencias que necesariamente deben ser asombrosas o impactantes, incluso podríamos decir que violentas para que rompan con los límites o nos arrojen a éstos y podamos ver que hay algo más allá de las fronteras establecidas por la verdad institucional.

Estas experiencias nos hacen reflexionar debido a que no las entendemos por estar fuera de lo normal y tratamos de darle una explicación a lo ocurrido. Un ejemplo de esas experiencias límites podría ser presenciar una muerte inesperada o alguna catástrofe.
Una muerte fulminante nos llevará a cuestionarnos, por decir algo, sobre la fugacidad de la vida, o de la impermanencia o sobre lo corta que es, etc.
Le podemos atribuir un gran número de significados a esas experiencias, pero para darle un sentido a eso que no comprendemos será necesario reflexionar sobre ello. Igualmente pasa cuando nos sucede una experiencia límite más relacionada con la cultura, en el ejemplo anterior, podríamos decir que en relación con la cultura sería el sentido que le damos. Queremos decir con esto que en cada cultura se le atribuye un significado distinto a la muerte y, usando el mismo ejemplo, una muerte “accidental” podría hacernos reflexionar sobre ese significado tradicional que se le da a la vida o a la muerte.
Es a través de estas reflexiones por las cuales podremos alcanzar un mayor nivel de autoconciencia que nos permitirá ver diferentes opciones para poder actuar de manera distinta a lo que sería la norma.

Pero no basta con actuar de manera distinta a la norma, esto se podría traducir como un llevar la contra sin estar conciente de lo que se está en contra.
Es necesario que seamos concientes de nosotros mismos en relación a la sociedad para tratar de conducirnos adecuadamente.

Podríamos seguir las normas también sin dejar de actuar libremente. Para esto nos será necesario reflexionar sobre la cultura misma y sobre las leyes que están establecidas dentro de ésta. Una vez habiendo reflexionado de esa manera y estando conciente de qué se tratan estas leyes, sus porqués, sus condiciones que las hacen ser leyes etc. y habiendo decido seguirlas, podemos hablar de acciones libres.

Por lo tanto, podríamos concluir que a través de la reflexión y la autoconciencia, se abrirán las posibilidades de poder decidir cómo actuar.
Lo que me da las armas para poder conducirme libremente es ser conciente de mí y del mundo. Mientras más conciente sea, más opciones tendré para decidir.
Aquí cabe mencionar un aspecto que casi olvidamos: la creatividad.
Por supuesto que mi libertad será en cuanto a mi conciencia pero también poder darle un sentido distinto a esas opciones para actuar, por lo que es necesario para eso ser creativos.
Por consiguiente mi libertad será en la medida en que sea conciente y pueda ser creativo para actuar.

Todo esto que hemos intentado explicar ha sido para esclarecer cómo la cultura nos va a determinar hasta el momento en que logremos hacernos concientes y responsables de nosotros mismos, lo que automáticamente nos lleva a tener mejores relaciones con los demás por ende a una convivencia adecuada.
Somos capaces de actuar libremente en la medida en que busquemos las maneras para hacerlo.
Mientras más individuos inconscientes de sí mismos existan, la convivencia será inadecuada por lo tanto conflictiva. En la medida que halla más conciencia por parte de los individuos que constituyen las instituciones y que forman parte de la cultura, éstas podrán mejorar sus relaciones.

“Si os cuidáis de vosotros como es debido, es decir, si sabéis ontológicamente lo que sois, si sabéis también aquello de lo que sois capaces, si sabéis lo que es para vosotros ser ciudadanos en una ciudad, ser señores de la casa en un oikos, si sabéis cuáles sin las cosas de las que debéis dudar y de las que no debéis hacerlo, si sabéis lo que es conveniente esperar y cuáles son, por el contrario, las cosas que no os han de ser completamente indiferentes, si sabéis, en fin, que no debéis tener miedo a la muerte, pues bien, si sabéis todo esto, no podéis en este momento concreto abusar de vuestro poder sobre otro.”[12]

Notas:

[1] Nietzsche Friedrich, Así habló Zaratustra, Clásicos Universales pp.110-111, España 2005.
[2]Jacques Derrida, De la Gramatología, Traducción de Oscar del Barco y Conrado Ceretti (modificada), Siglo XXI, México, 1985. Edición digital de Derrida en castellano, http://www.jacquesderrida.com.ar/
[3] Michel Foucault, El sujeto y el poder, p. 241
[4] Marshall Berman, “Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad” p.16. Siglo veintiuno editores. 2004
[5] Jaques Derrida, Op. Cit.
Derrida cita a Levis-Strauss y está hablando de las colonias haciendo una crítica a los jóvenes Estados que se coligan con los viejos. Así mismo hace una crítica al Estado en general que difunden la escritura con fines de propaganda para asegurar la legibilidad y la eficacia de sus panfletos. Lo cual sigue siendo vigente y lo que constituye hoy día al conocimiento como institución: y es lo que podríamos llamar ciencia. Podríamos decir que es la verdad instituida.
[6] Sören Kierkegaard, Tratado de la desesperación p.42, Grupo Editorial Tomo, México 2005.
[7] Frase que tomé prestada de José Ortega y Gasset.
[8] Michel Foucault, Estética, ética y hermenéutica, p. 397.
[9] Michel Foucault, Op. Cit. p.399
[10] Michel Foucault. Estética, ética y hermenéutica p. 405.
[11] Descartes, Discurso del Método p. 30, Meseta Ediciones, Biblioteca de Filosofía. Madrid 2005
[12] Michel Foucault. Estética, ética y hermenéutica p. 401.
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